La Jornada Mundial de la Juventud es un evento de la Iglesia Católica que se celebra cada dos o tres años. El Papa en turno designa la próxima sede y millones de jóvenes de todo el mundo comienzan su aventura para poder asistir a esta gran experiencia.
El año pasado, dos millones y medio de jóvenes de todas las naciones hicimos vibrar las calles de Polonia. Compartiendo nuestras costumbres y tradiciones, Cracovia se fue pintando de colores. La JMJ logra vencer las barreras que el mundo actual nos presenta, donde la fe se vuelve el idioma entre los participantes y las diferencias quedan de lado para dar paso a una hermandad.
La experiencia de la Jornada va más allá de los discursos del Papa Francisco, en ella se viven cosas que cambian tu visión y permiten conocer tantas realidades que te hacen valorar tu vida y replantear las ideas. Escuchar a jóvenes refugiados de Siria que nos platican sobre la guerra que vivieron y viven en su país, el testimonio de un joven voluntario que lamentablemente falleció a causa de cáncer antes de que comenzara la Jornada o simplemente la diversidad de culturas que se hacen presentes en este evento permiten tener un panorama más amplio de la realidad que vive el mundo y te das cuenta de las semejanzas que vivimos los jóvenes, aun cuando cientos o miles de kilómetros nos separan.
Antes de la JMJ, se viven los días en la Diócesis, nuestra casa esa semana fue la ciudad de Tychy. La gente que nos recibió no sólo abrió las puertas de su hogar, sino de su corazón. La experiencia que vivimos esos días nos permitió conocer el contexto por el cual pasa Polonia, aún se pueden ver los estragos de la II Guerra Mundial y las lecciones que dejó el comunismo. Fue interesante saber que el padre que nos recibió en su comunidad es todo un motociclista y al mismo tiempo sacerdote. La gente que nos recibió trató hacer de nuestra estancia placentera y muy agradable. Todas las noches nos reuníamos a cenar y a cantar. Desde cielito lindo hasta polkas polacas,a pesar de que sólo éramos once, no se limitó el ambiente para llevarlo a Polonia. Una noche hubo un concierto en la plaza principal de la ciudad y pusimos tanto ambiente que al otro día fuimos noticia en el periódico y en los medios locales. Los titulares decían "11 mexicanos ponen a bailar a Tychy". Antes de ser despedidos por la comunidad de la Madre de Dios, reina de los Ángeles, se nos dijo que la calle que permitía entrar a la parroquia seria conocido como la de los mexicanos y como símbolo de fraternidad plantamos un árbol que llevara como nombre "Torreón".
Tuve la oportunidad de platicar con jóvenes de Chile, Colombia, Estados Unidos, Francia, Italia y Polonia. La gran mayoría conocían a México por la inseguridad que vivimos, por el Chapo y por el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Al hablar con ellos te das cuenta que es muy diferente la información que nosotros conocemos a la que los medios internacionales hacen llegar a sus países. El caso de los estudiantes es un referente para ellos respecto a la inseguridad que vive México. No pueden creer que 43 personas hayan desaparecido y no exista hasta el momento una explicación de lo sucedido.
Los grandes problemas en este momento son en materia educativa y laboral. Principalmente las reformas en el sistema universitario chileno y colombiano, así como el problema por las pensiones en estos países y en Francia.
Aun cuando somos de diferentes naciones, no somos tan distintos. Todos tenemos el sueño de cambiar nuestros países y luchar por la justicia. Era impresionante que no sólo compartiéramos nuestra fe, también nuestros ideales, lo cual permitió hacer un grupo de todos los continentes, con el fin de hacer un proyecto en conjunto para generar una red amplia que permita conocer diferentes perspectivas y aplicar las ideas a nuestras realidades.
La jornada te permite ver cosas extraordinarias; como encontrar sacerdotes que al mismo tiempo son militares de Polonia y al terminar su turno se vuelven un fiel más que disfruta de los eventos y de las palabras del Papa Francisco. También te permite conocer la realidad de países tan lejanos como son los africanos. Esta Jornada el Papa Francisco decidió crear un fondo llamado Solidaridad, el cual tiene como objetivo pagar las inscripciones de quienes no pueden costear la JMJ. Platicando con algunos jóvenes de este continente, fue emocionante saber que no sólo les habían pagado su inscripción a la Jornada, sino que el Papa había destinado una partida para que el Vaticano pagara sus gastos generales, por lo que terminaron valorando la ayuda y muy agradecidos. Estos jóvenes conocieron por primera vez lo que era un helado o la nutella y su cara reflejaba una alegría y asombro que nada la podría comprar. Al terminar la misa de clausura y después de saber que la próxima Jornada será en Panamá, un joven me comentó que uno regresaría a su realidad y de alguna forma la nuestra es cómoda a comparación de la de ellos, pero él sabría que regresaría a esa realidad tan dura y golpeada, pero con las ganas de cambiarla y vivir la próxima Jornada.
Esta experiencia sembró la esperanza en millones de jóvenes de todo el mundo que la pudimos vivir y también en quienes la siguieron por las redes sociales y los medios masivos. Sólo nosotros sabremos la semilla que creció y en dónde dio frutos. La experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud no comenzó allá, ni terminó en su último evento. La experiencia comienza ahora al regresar a casa y preguntarnos ¿Qué haremos por este mundo?