Así como describí en pocos párrafos, el significado y el sentido de la educación en el hogar durante el mismo periodo aquí mencionado; de la misma forma describiré lo relacionado con la educación escolar en los años 50 y 60, mi época.
Para iniciar este relato descriptivo, les comentaré que la escuela de párvulos no era obligatoria, así que los niños entre los cuatro y los seis años no necesariamente asistían al llamado “Jardín de Niños”, hoy conocido como Educación Preescolar y, por su término anglosajón kínder.
Para la educación escolar en los años 50 y 60, los pequeños en edad preescolar podían asistir con una especie de educadora a recibir clases propias de buenas conductas, buenos modales y, por supuesto, estas personas organizaban también juegos y actividades recreativas por medio de las cuales se aprendía inicialmente sobre civismo y buena educación.
Personalmente me tocó asistir al jardín (literalmente) de una educadora, tenía una mesa de esas que se usan en el comedor y ahí nos ponía a trabajar, jugábamos y nos divertíamos en su jardín y en punto de las 12 del día llegaban las madres por los niños.
Apenas recuerdo eso, pero si lo tengo en la memoria es porque fue algo muy nuevo para mí a los cuatro años de edad. El segundo año de "Jardín" sí lo hice en una instalación propia para el caso. Todo se convirtió en algo con mucha más disciplina y las actividades eran mucho más formales; fue un periodo muy agradable y del cual guardo recuerdos.
La educación primaria la hice en su totalidad en una escuela que se encontraba en una casona que tenía aproximadamente 100 años, debo decir que todavía existe, ésta se encuentra en una colonia muy céntrica de la Ciudad de México, en una calle muy transitada y comercial. En donde, por cierto, hay otras escuelas públicas y privadas.
La colonia es la llamada Santa María la Ribera, en donde se encuentra también el parque llamado Alameda de Santa María. Allí acudía los domingos a jugar, tal como lo describí la semana pasada.
Retomando el asunto de la educación escolar en los años 50 y 60, les platicaré que los recuerdos sobre la primaria todavía están muy presentes en mi memoria. Era (es) la escuela primaria Manuel M. Flores, todavía existe en el mismo lugar. Claro que el edificio ya ha sido restaurado varias veces.
Recuerdo perfectamente el nombre de todas mis maestras, además recuerdo anécdotas de cada una de ellas. Puedo decir que todas fueron muy buenas y que, en ese tiempo, las primarias públicas eran excelentes.
Aprendías verdaderamente a leer, lo practicabas todo el tiempo, comentabas las lecturas con la maestra en turno, y te quedaban muchas ganas de buscar más lecturas en tu casa.
Contrariamente a la actual época, era difícil encontrar libros en casa, no había el presupuesto para comprarlos. Mi madre, que fue una sabia, que trabajaba para mantenernos a todos y éramos seis hermanos, buscó la manera de comprar una enciclopedia, misma que leía casi todos los días.
Siempre llegaba a casa a buscar algunos datos o más información acerca de lo que había aprendido en clase. Actualmente todo lo tienen a la mano, pero a la mayoría de los chicos no les gusta leer.
En aquella educación escolar de los años 50 y 60, las escuelas no eran mixtas, había escuelas para niñas y escuelas para niños, así que quien se encargaba de llevar a los niños a la escuela tenía que hacer milagros, ya que ambos entrábamos a la misma hora y, aunque las escuelas en donde estudiaban mis hermanos y la mía estaban relativamente cerca, había que caminar entre tres y cuatro calles; de esas muy largas de las que ya no hay en la actualidad.
Eso llevaba mucho tiempo, de tal forma que primero se dejaba a los niños y se caminaba rápidamente para llegar al menos un minuto antes de las ocho de la mañana a la escuela de las niñas. La distancia entre mi casa y la escuela era de doce cuadras enormes.
Había dos patios en la escuela, siempre jugábamos a los mismos juegos descritos en la columna anterior, casi siempre dando vueltas tomadas de la mano. Había espacio suficiente para todas a la hora del recreo.
Además en esa escuela había dos patios, el patio trasero había sido años atrás la caballeriza de esa casa y era interesante correr entre estos dos espacios; me parecían enormes, ahora ya no lo son tanto, los miro con otros ojos y con otra experiencia.
Todas llevábamos nuestro almuerzo, se acostumbraba que nos prepararan “tortas” (lonches, en La Laguna) con diferentes contenidos. Por lo general eran simples frijoles refritos con queso o con huevo, en otras ocasiones era un bolillo con un tamal adentro o relleno de natas con azúcar (riquísimo, de mis favoritos), o simplemente un bolillo con un plátano. De tomar era agua simple o agua de limón, preparada en casa.
Las clases y las maestras estaban muy bien preparadas y salíamos de primaria con muy buenos conocimientos, al igual que la secundaria.
Un detalle importante de la educación escolar en los años 50 es que siempre llevábamos un entrenamiento muy fuerte de caligrafía, todas debíamos tener excelente letra, al menos llenábamos dos cuadernos de esta clase de ejercicios. Lo más significativo fue cuando dejamos de usar el lápiz y comenzamos con el uso del “manguillo”, una especie de varilla de madera con una puntilla como las de la pluma fuente. Eso se iniciaba en tercer año de primaria, teníamos que cargar con un frasco que tenía los bordes hacia adentro, en forma de curva y con un hueco al interior.
En esos tiempos, cargábamos con ese tintero todos los días y no podía o no debía salírsele la tinta. Si esto sucedía, se manchaba la ropa y los cuadernos. De hecho, los pupitres (para dos alumnas una al lado de la otra) tenían un hueco tallado en la madera, para poner en ese lugar el tintero con la finalidad de que no se moviera y pudiéramos usarlo en todas las materias, menos en “aritmética” donde usábamos lápiz.
Con toda esta descripción de la educación escolar en los años 50 quiero decir que en ese tiempo no existían los bolígrafos, sólo los manguillos y las plumas fuentes, pero costaban una fortuna; las plumillas se compraban seguido y había de varios tipos de punto, desde el más fino, hasta el más grueso.
La verdad, haber vivido todo esto nos dio mucha experiencia, nos enseñó a ser cuidadosos y organizados con lo que teníamos; un uniforme manchado con tinta siempre era mal visto y regularmente no había recursos suficientes para comprar nuevas telas y confeccionar uno o dos nuevos uniformes, de hecho, estos pasaban de hermanas a hermanas, o a primas, inclusive a conocidas si éste era el caso.
Generalmente la ropa se encargaba con alguna modista o costurera, casi no existía la ropa de marca, realmente en esa época la ropa duraba varias generaciones y ningún niño de clase media, media baja, o baja tenía mucha ropa, sólo la necesaria, eso hacía valorar mejor las cosas que uno poseía, entre éstas, los juguetes, cuadernos, libros y cualquier otra posesión que uno tuviera.
Disfruté muchísimo mi educación escolar en los años 50 y 60, me divertí en grandes cantidades, si es que la diversión se puede contar. Hice excelentes amigas, de las cuales todavía tengo como cinco o seis que todavía estamos en contacto.
Aunque no vivamos cerca, nos buscamos y frecuentamos cada vez que podemos. Con esto termino esta columna y en la próxima hablaré sobre otros estudios y la experiencia de la secundaria.
¡Hasta pronto!