
Uniformes blancos: de la vocación al miedo en tiempos de COVID
"Por los que nunca miran el reloj mientras curan
Por los que hacen suyas las heridas de los demás
Por los que merecen los abrazos prohibidos
Y se meten contigo en la boca del lobo, sin mirar atrás".
-Vetusta Morla en Abrazos prohibidos-
Texto: Luis Alberto López y Leonardo Crespo
Ilustraciones: Miguel Sifuentes
La vida de las personas con uniformes blancos, dedicadas al sector salud, siempre ha sido diferente al resto de quienes tienen empleos menos vertiginosos. La posibilidad de tratar con la vida y con la muerte de una manera tan personal es una cualidad que debe de desarrollarse a través del conocimiento y cercanía con las mismas.
Las personas que egresan de cualquier área relacionada a la medicina hacen un juramento irrevocable de velar por el bienestar de las y los pacientes, pero desde hace más de 100 años no sucedía un fenómeno que pusiera tan a prueba dicho compromiso.
La última pandemia que la humanidad recuerda no contaba con factores sociales y culturales como los que hoy nos rodean: La sobreinformación, la estigmatización y la falta de fe de la gente en la ciencia, aunado al panorama de un sistema de salud mexicano que sufrió la desatención e indiferencia de la clase política desde hace décadas.
Según datos obtenidos vía transparencia en la Subdirección de Prevención y Promoción de la Salud en Coahuila, entre marzo y junio, mil 516 profesionales de la medicina se infectaron con el nuevo coronavirus. El personal más afectado fue el de enfermería con 651, seguido por el de médicos con 418, luego 408 personas de otras áreas de las instituciones sanitarias, 30 laboratoristas y 9 dentistas.
Así también, de acuerdo a la misma solicitud de información, perdieron la vida, entre todas las instituciones de salud, 10 hombres y mujeres médicos, una enfermera y tres empleados de los hospitales.
El contagio al personal de enfermería es grave si tomamos en cuenta los datos de la Dirección General de Información de la Secretaría de Salud Federal, pues hasta 2019 se dio cuenta de que había 5 mil 32 enfermeras generales y de especialidades en todo el Estado, esto significa que el coronavirus alcanzó casi al 13 por ciento. En cuanto a médicos, la dependencia revela que hay 4 mil 353 en todo Coahuila y, quienes contrajeron el COVID-19, fueron casi el 10 por ciento.
La cifra resulta más alarmante si tomamos en cuenta el déficit de personal de salud en la entidad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) establece como mínimo recomendable que deben haber 3.2 médicos por cada mil habitantes y aquí nada más hay 1.8. En el caso del personal de enfermería, la cantidad es más preocupante pues Coahuila apenas alcanza 2.8 de los 8.8 que establece el organismo internacional.
A pesar de estos problemas de falta de recurso humano especializado, nuestra región había sobrellevado las necesidades primarias de la población e incluso la carencia de insumos en los hospitales era parte de la rutina médica.
Sin embargo, la pandemia desnudó las condiciones que por décadas los gobiernos ignoraron y puso a prueba a las instituciones de salud. El panorama, ya antes adverso, se volvió completamente desconocido porque dejó desamparadas a las personas que se encuentran en la primera línea, ante la incertidumbre y el miedo.
Para Ana Cristina Flores Zurita, enfermera de la Unidad Médica de Alta Especialidad Número 71 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), esos dos factores fueron lo primero que reconoció en sí misma y en sus compañeros y compañeras en el momento en el que atendieron a su primer paciente con COVID-19.
“Estaba cubriendo un turno extra y me acuerdo que la expresión de todos los compañeros, de las jefas, los directivos, fue de miedo. Ahí, como profesional, te pones a pensar en tu vida, en las personas que te esperan fuera del hospital, y en lo que le espera al paciente. Entonces, te pones entre la espada y la pared. Estás en todo tu derecho de negarte a atenderlos, pero también estás en tu obligación, porque hiciste un juramento de preservar la vida de una persona”.
La realidad al interior de los hospitales, como el que ella trabaja, aún era ajena para muchas, y la ciudadanía apenas se daba una idea en las conferencias diarias en que el subsecretario de la Secretaría de Salud, Hugo López-Gatell, hacía un llamado al aislamiento social para evitar contagios. Una etapa que a profesionales de la medicina también sacudió.
La Jornada Nacional de Sana Distancia comenzó el pasado 23 de marzo, e impactó directamente en las costumbres de casi todo México. Ana no fue la excepción, lo primero fue su vida social y después vinieron las restricciones familiares que debió de seguir para proteger a sus seres queridos.
“Mis papás se cerraron completamente. Mi papá, desde marzo hasta ahorita, está trabajando en casa, ya que él es diabético e hipertenso. Mi mamá padece problemas de circulación, tengo una hermana que tiene problemas de tiroides. Y los tres tienen sobrepeso. La menor de mis hermanas no sale por vivir con un grupo de alto riesgo”.
A más de seis meses de que la pandemia llegó a la región, todavía mantiene muchas de esas restricciones y las visitas a su madre y padre son muy aisladas, además de cortas, para evitar cualquier tipo de contacto físico.
“Desde marzo los he visto diez veces. Cada tres semanas, o un poquito más. No es como antes que me podía quedar toda la tarde, o todo un fin de semana con ellos. Depende también de la carga de trabajo que tenga. Porque si yo sé que estoy expuesta a atender a cuatro, o incluso a veces a doce pacientes con covid confirmado, yo no salgo de la casa”.
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