Eran las once de la mañana cuando decidí embaucar a mis pies en una jornada que jamás creyeron iba a ser tan extenuante, no entiendo cómo se quejaba el pueblo judío cuando realizó la huída de la represión egipcia, ellos no caminaron nada si los compararan con lo que recorrí el día de hoy.
La idea era sencilla, imprimir unos gafetes y dirigirme hacia el iconoclasta Paseo de la Reforma, avenida que engaña y presume una realidad falsa y carente de sentido social. Si le tapáramos los ojos a un extranjero y lo dejáramos en pleno Reforma, seguro pensaría que se encuentra en algún centro financiero de un país primermundista, algo como Frankfurt o Nueva York o incluso Ámsterdam. Visitar este emblemático sitio es una tarea obligada para toda aquella persona que quiera conocer la capital. Para llegar hasta allí, tomé el vanagloriado Metrobús que, por cierto, tardó más de una hora en dejarme en mi destino.
Al llegar al mítico paseo de las manifestaciones, llamó mi atención el espacio de las famosas “ecobicis”, medio de transporte que, a través de un prepago, es utilizado por los ciudadanos para transportarse en y hacia distintos sitios de la ciudad. En algún momento quise y tuve la curiosidad de suscribirme, pero en este momento todo lo que tenga relación con el despilfarro de dinero no puede tener conexión conmigo.
Después de notar mi ímpetu quebrantado, decidí tomar asiento en las bancas que son empleadas como camas por muchos ciudadanos sin casa, de pronto, un joven de estatura media y complexión robusta me abordó y me preguntó si quería responderle una encuesta. Yo, tan ingenuo y provinciano como siempre, pensando que iba a ser algo rápido, accedí y me vi envuelto en un marasmo de preguntas interminables que seguían destruyendo mis ganas de permanecer buscando una historia qué relatar.
Fue entonces cuando entendí que me debía resignar a contestar esa encuesta que, por cierto, es sin duda una de las más largas y tediosas en la historia de la mercadotecnia en México.
Continué mi camino y llegué a un plantón, a una especie de aldea postrada sobre pleno camellón de Reforma, en donde una serie de personas están día y noche jugando ajedrez, leyendo, preparando mantas y teniendo reuniones que promueven la resistencia social y diversas actividades políticas y culturales. El plantón tenía por motivo la desaparición de los 43 estudiantes normalistas que fueron masacrados por comandos de la policía en Iguala, Guerrero.
A muchas personas ya les parece lejano este acto atroz y genocida, pero la memoria de muchos sigue corrompida por la impunidad de algunos políticos que decidieron despojarle la vida a una serie de estudiantes inquietos e idealistas que promovían, desde su óptica, diferentes maneras para llevar a cabo la educación en este país.
Sin duda la Ciudad de México es el lugar más politizado de esta nación, el centralismo que aún nos reina promueve que cualquier tipo de manifestación masiva sólo tenga impacto y seguimiento mediático si se lleva a cabo en la otrora Tenochtitlán.
Facundo Cabral, trovador argentino, quien fuera masacrado en Guatemala por motivos aún desconocidos, le dedicó muchos versos a los pendejos, una especie de ser humano que decide sin pensar, actúa por instinto y vitupera cualquier rasgo de civilidad y educación en su comunidad. Cabral, es utilizado para dar un mensaje claro sobre lo que piensan los manifestantes de su presidente Enrique Peña Nieto, quien también es responsabilizado por la matanza aún impune y sin algún camino claro para resolverse.
La caminata continuó su curso y arribé al símbolo por excelencia de esta ciudad, el Ángel de la Independencia, que ahora estaba tapizado por un conjunto de manifestantes que exigían la devolución de sus tierras, tomadas por el gobierno federal para construir el nuevo aeropuerto. Esto me hizo recordar el conflicto violento que sucedió durante la administración de Vicente Fox, quien también buscó la consolidación de este nuevo proyecto y que fue cancelado por la defensa aguerrida y combatiente de pobladores de Texcoco, quienes fueron criminalizados y señalados como grupos anarquistas que violentaron a machetazos a policías que sólo defendían su integridad. En aquel tiempo, los medios oficiales victimizaron a los grupos policiacos para tergiversar lo que realmente sucedió. EL canal por internet “6 de julio”, relata en manera de documental lo que realmente sucedió aquella trágica tarde.
A penas hace un par de días, se divulgó una información en la que Emiliano Morales, estudiante de la facultad de ciencias políticas de la UNAM, tachaba de fascistas y violentas las acciones del jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera hacia las diversas manifestaciones que la ciudadanía hace con el fin de criticar, denunciar y señalar los actos corruptos de la administración federal y ciudadana.
Denunciaba, entre otras cosas, que el Zócalo está tomado y rodeado por granaderos con el fin de intimidar y menguar el ímpetu de aquellas personas inquietas y preocupadas por su nación. En contra parte, Mancera sólo limitó su respuesta al decir que el campamento de tecnología que está ubicado en la plaza de la constitución es el que está resguardado por la policía y que eso, además, quita algo de espacio para llevar a cabo las manifestaciones. Campamento, por cierto, liderado por Telmex, el rey supremo y soberano de las telecomunicaciones en este país.
Caminar por Reforma no sólo implica ver edificios espectaculares, árboles frondosos, camellones amplios, extranjeros maravillados y monumentos de una belleza ilimitada. También despierta la conciencia social, es como un caleidoscopio que te muestra todo lo que significa ése espacio, todo lo que conlleva y todo lo que representa para la población.
La caminata era agitada. El único sonido que escuchaba era el de mis tripas que imploraban algo de alimento. De pronto, encontré algo que enmudeció a mis apetitosas entrañas. Era una melodía, una melodía que se escuchaba a lo lejos, un violín que, con pista de fondo, cautivaba a todo peatón que por allí desfilaba. Era Hallelujah de Leonard Cohen. Para mí que vengo del norte resultaba inverosímil imaginar a un violinista callejero interpretando tan tremenda pieza. Fue tal mi asombro que decidí tumbarme en la calle y entregar mi oído y mis sentidos a este deleite que, además, era gratuito. Los pocos pesos que traía en la cartera querían asentarse en su estuche que interpretaba a una caja registradora, de esas que viven de la voluntad de quienes aprecian la belleza del arte. Yo me sentía apagado, cabizbajo, con respuestas inciertas y abundantes preguntas y toda esa vorágine de sensaciones se esfumaron al ver a ese harapiento artista con una sonrisa más amplia que los camellones del Paseo de la Reforma.
Así, después de tan tremendo espectáculo que tranquilizó mi alma y las ganas de boicotear esta aventura, me reuní con mi
colega y juntos fuimos a vivir y ver y oler y analizar a esta enigmática ciudad, cosa que resultó interrumpida por una lluvia inclemente e inmisericorde.
Por lo pronto, me encuentro tecleando estas últimas palabras sentado en el piso, escucho el Canon de Pachelbel, melodía que siempre ha erizado mi piel y sé, que como todo en la vida, terminaré como cualquier oficial de tránsito ejerciendo su trabajo con pasión; dormido y despatarrado.