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Velocímetro de la lectura

Ruta Norte Laguna | Jaime Muñoz Vargas Durante el fin de semana largo vi a mi hija menor enfrascada en la lectura de El hombre en busca de sentido, el famoso libro de Viktor Frankl sobre los campos nazis de concentración. En una materia le habían impuesto esa encomienda y luego comentar el contenido en el… Seguir leyendo Velocímetro de la lectura

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Ruta Norte Laguna | Jaime Muñoz Vargas Durante el fin de semana largo vi a mi hija menor enfrascada en la lectura de El hombre en busca de sentido, el famoso libro de Viktor Frankl sobre los campos nazis de concentración. En una materia le habían impuesto esa encomienda y luego comentar el contenido en el… Seguir leyendo Velocímetro de la lectura

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Ruta Norte Laguna | Jaime Muñoz Vargas

Durante el fin de semana largo vi a mi hija menor enfrascada en la lectura de El hombre en busca de sentido, el famoso libro de Viktor Frankl sobre los campos nazis de concentración. En una materia le habían impuesto esa encomienda y luego comentar el contenido en el aula, esto como parte de la calificación semestral. Mientras desahogaba el trámite, en una pausa alimenticia, me abordó: “Papá, me medí el tiempo y en una hora pude leer veinte páginas. ¿Tú puedes leer más rápido, verdad?”

Dudé unos segundos en responder, pero luego del breve titubeo recordé que ya había pensado algunas veces en la lectura rápida y en los cursos que enseñan a leer a la velocidad de la luz. No creo en eso. Creo de manera simple que la velocidad de la lectura depende principalmente de dos factores: 1. La densidad del texto, y 2. La capacidad del lector para procesarlo en un grado decoroso de comprensión. Me pongo como conejillo de Indias: si leo una novela de Dumas, que no es simple pero tampoco densa, puedo sentir que avanzo a una velocidad alta en comparación a la velocidad que imprimiría si leo a Foucault. Puede ocurrir que una página del filósofo me demande igual cantidad de tiempo que la del novelista, pero es evidente que la comprensión no se dará igual: la densidad del texto me obligará a trabajar más despacio, y aún así es probable que no logre procesar bien lo leído, de manera que deberé releer, es decir, invertir más tiempo.

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La velocidad de la lectura no puede ser pues considerada en el aire, sin saber a qué texto nos referimos y qué tipo de lectores somos. Por ello, como moraleja de la anécdota filial, le hice a mi pequeña una gráfica elemental referida a un mismo hipotético libro: alguien invierte media hora leyéndolo y no comprende frente a alguien que invierte una hora y lo comprende. Quien leyó media hora y no comprendió no sólo no entendió, sino que perdió una valiosa media hora. En cambio, quien depositó una hora y comprendió, gastó una hora y ganó un conocimiento que puede durarle para siempre.

En suma, la velocidad importa poco o nada frente a la comprensión. Esto, y también disfrutar, es lo que debemos buscar en la lectura, no pasar las hojas más aprisa pero en blanco, sin saber qué ha ocurrido sobre el papel.

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