Si no me esfuerzo al máximo de mis posibilidades, si no ofrezco lo mejor de mi mismo, si no estoy dispuesto a entregarme a fondo, algo grande puede fallar en el universo, pongo en riesgo la casa que habito.
Así de importante soy.
Sí, si no me transformó en la mejor versión de mi mismo, siendo fiel a mi esencia, evitando perder el tiempo y aun retroceder al imitar a alguien, si no avanzo hasta el límite de mi camino, esta enorme y compleja maquinaria en la que estamos insertos puede detenerse, puede trastabillar cuando un minúsculo engranaje, yo, no está a la altura del proceso, se atasca o se rompe. Así de importante soy.
No importa si no veo el resultado, si no me beneficio de manera directa o inmediata, si no me salen las cuentas o si no entiendo por que otros si reciben su paga y yo no, debo hacer lo que me toca, sin regateos, sin cálculos ni cortapisas.
El esfuerzo gratifica, deja un aroma de plenitud que acompasa la respiración, ensancha el horizonte, restaura la salud, tonifica el alma, crea amistades, provoca acuerdos, madura proyectos, renueva esperanzas, aleja enfermedades, revive a la familia, acerca semejantes, consagra voluntades y perfecciona relaciones haciendo más grato navegar en esta divertida utopía a la que llamamos vida.
Se abre una ventana por donde se cuelan la música y los colores. Una flor de bugambilia se deja llevar y flota acariciada por el viento mientras el amor restaura las heridas.