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La cacería de la dirección de tránsito y vialidad de Torreón

El vacío de la cordura | Jorge E. Espejel Lomas | @jespejel91 Eran poco después de las 10 de la noche. Bebí una cerveza. Recogí en una cantina a un amigo que sí estaba borracho, o al menos entonado. Nos subimos al carro y manejé por espacio de dos cuadras. A lo lejos, una patrulla… Seguir leyendo La cacería de la dirección de tránsito y vialidad de Torreón

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El vacío de la cordura | Jorge E. Espejel Lomas | @jespejel91 Eran poco después de las 10 de la noche. Bebí una cerveza. Recogí en una cantina a un amigo que sí estaba borracho, o al menos entonado. Nos subimos al carro y manejé por espacio de dos cuadras. A lo lejos, una patrulla… Seguir leyendo La cacería de la dirección de tránsito y vialidad de Torreón

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El vacío de la cordura | Jorge E. Espejel Lomas | @jespejel91

Eran poco después de las 10 de la noche. Bebí una cerveza. Recogí en una cantina a un amigo que sí estaba borracho, o al menos entonado. Nos subimos al carro y manejé por espacio de dos cuadras. A lo lejos, una patrulla con placas C-A170A2 de la dirección de tránsito y vialidad comenzó a acelerar hasta que me marcó el alto. Allí comenzó la cacería.

Amablemente, la agente Valeria Ramos se acercó a mi ventana para preguntar, sin informar la causa de mi detención, si había ingerido bebidas alcohólicas. Le dije que no, le mentí descaradamente pues sí me había puesto una borrachera monumental con una sola cerveza minutos antes. Ella, al verme salir de una cantina, consideró que estaba mintiendo, por lo que insistió hasta que tuve que aceptar que había cometido el tremendo pecado.

La agente me pidió que bajara del coche. A su izquierda, estaba otro compañero de tránsito que sólo sonreía y no decía nada, tenía la gracia de un poste de luz. Valeria sacó un bastón de su mariconera y me pidió que soplara en un orificio para identificar si tenía aliento alcohólico. Mi amigo, dentro del vehículo, continuaba borracho y riéndose del momento.

Acepté con mucho gusto hacer la prueba, al fin y al cabo tenía la certeza de que estaba totalmente sobrio. Le soplé una vez, y no marcó nada, le soplé dos, y tampoco marcaba, le soplé tres y seguía en blanco. Valeria se empezó a reír y me dijo que lo hiciera con más fuerza. Después de varios intentos, el aparato funcionó y marcó rojo. No lo podía creer, inmediatamente expresé mi enojo, sentí que me estafaban.

Afortunadamente, ese aparatejo no indica los niveles de alcohol en la sangre. Valeria Ramos le habló a otra patrulla para que me hicieran la prueba "buena", la que no falla. Después de 25 minutos escuché que a la tránsito ya le rugía la tripa, y es que, según ella, antes de detenerme iba a ir, junto con su compañero, a embutirse un tacos en la Múzquiz. En fin, su responsabilidad fue más ambiciosa que el hambre y decidió pararme.

— No tomé, vengo de casa de mi mamá de comer unos hot cakes, sólo voy a mi departamento. — Le dije a la funcionaria, ella, por supuesto, tampoco me creyó.

Llegaron sus otros compañeros y rápidamente preguntaron quién era el conductor. Levanté la mano con entusiasmo, con mucha ñoñería. Me acerqué, me explicaron en qué consistía la prueba, les contesté que ya tenía experiencia en el protocolo y procedieron.

Cero, ese fue el resultado. En la vida, nadie aspira a sacar un cero en una prueba, pero en esta ocasión fue lo mejor que me había pasado. Sentí alegría, me burlé, con mucha sinceridad, de la Agente de Tránsito que sólo tenía unas ganas imperiosas de infraccionarme, y lo logró.

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Al conocer el resultado, Valeria Ramos dijo que me pararon porque no tenía mis luces traseras. Eso era imposible, el tablero de mi carro estaba encendido, por ende, las luces traseras también. Le demostré que los faros sí servían y no cedió, no dio su brazo a torcer, quería multarme, quería recuperar un poco del orgullo que había perdido por su intransigencia, por su abuso de autoridad, por su prepotencia.

— ¿El chiste es que me vas a multar, verdad? —  Le dije.

— Sí, me contestó.

Al final de la noche, me fui con mi multa de 2 UMAS por manejar sin luces, aunque las luces sí las tenía prendidas. Ella, por su parte, se fue enojada a cenarse unos tacos en la Múzquiz. Ojalá no le hayan caído mal. Mi amigo, después de las pruebas y las pláticas y las discusiones, fungió como fotógrafo, testigo y camarógrafo y, por supuesto, continuó borracho.

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