Por Leonardo Crespo
La palabra schadenfreude (pronunciada como “shadenfroide”) es un término alemán para describir una de las emociones menos humanas, pero más características de nuestra especie: la capacidad de sentir alegría por el mal ajeno. Algo así como una hermana de la envidia, que es el sentimiento de malestar ante la satisfacción de otro.
En español no hay un término para traducirla, aunque se dice que la palabra griega “epicaricacia” posee el mismo significado. Sin embargo, pese a que en nuestro idioma no contamos con una palabra para ello, sí contamos con la capacidad cultural de sentir alegría por el sufrimiento ajeno.
En un par de estudios llamados Self-esteem, self-affirmation, and schadenfreude llevados a cabo por la Asociación Americana de Psicología se demuestra que existe una estrecha relación entre la autoestima y el schadenfreude. Las personas con baja autoestima son propensas a sentir más seguido y más intensamente esta emoción, y también se aplica al revés, las personas con autoestima más alta lo sienten menos frecuentemente y menos intensamente.
Esta emoción, según los estudios, funge como una reacción para reafirmar la identidad propia en un grupo o la autopercepción. Específicamente, las personas con menor autoestima, ven a alguien “más exitoso” como una amenaza, y su fracaso les permite reafirmar su posición sintiendo que ese alguien “más exitoso” representa una amenaza menor. Por el contrario, una persona con buena autoestima no ve como amenaza a los demás, y por ende su fracaso no representa una oportunidad para reafirmarse a sí mismos, ni dentro de un grupo ni en su autopercepción.
En nuestra compleja sociedad, factores de injusticia como la desigualdad económica, el acoso, el machismo, la falta de oportunidades, la violencia intrafamiliar, la corrupción, etcétera, contribuyen a que los individuos padezcan problemas de autoestima desde la niñez, los cuales se van agravando en la adolescencia y quedan sin resolver en la vida adulta. Y luego, estas personas que vienen de trasfondos problemáticos se casan, tienen hijos, y los problemas que venían arrastrando los heredan.
Esto es un caldo de cultivo para una sociedad de individuos desligados unos de otros, que están esperando ver que el otro caiga para poder sentir alivio y satisfacción de aquellas injusticias que les ha tocado sufrir.
Socialmente, estos factores de injusticia nos son abstractos, y por lo tanto, nos es imposible visibilizar un enemigo al cual enfrentar. Cuando vemos que a otro le va mal, el schadenfreude nos provoca catarsis, especialmente, cuando vemos que “al malo”, le va mal. Cuando podemos materializar todas aquellas injusticias abstractas que nos rodean y darle corporeidad, y podemos ver sufrir a ese mal que nos oprime, en ese momento nos es imposible socialmente diferenciar entre la justicia y la venganza.
Es por eso que ver a un criminal siendo castigado nos provoca satisfacción. Nos da un momento de felicidad. Incluso nos provoca risa. Porque el mexicano está harto de enemigos invisibles, de injusticias abstractas, está cansado del simbolismo y la complejidad que lo rodea, necesita imágenes concretas de males concretos.
El problema es que la vida es compleja en sí, y la dicotomía es una mera ilusión. No existe en nuestro mundo imperfecto, algo perfecto en su totalidad, o algo imperfecto en su totalidad. Todo está rodeado y dibujado en matices. ¿Cómo hacemos entonces, para evitar que la justicia se vea manchada por la venganza?
Sobre todo, porque hay ocasiones en las que esta búsqueda enardecida de un enemigo común y visible cobra vidas inocentes, como en el caso del linchamiento sucedido el 29 de Agosto de 2018 en Acatlán, Puebla. En aquella ocasión, un grupo de personas acusó falsamente a un hombre de 53 años y a un joven de 22 de haber secuestrado a un menor, pidiendo a través de las redes sociales que se les detuviera y se les enjuiciara.
Ambas personas terminaron resguardándose en la comisaría del lugar, pero la multitud se abrió paso, y frente a los elementos de seguridad los sacaron del sitio. Los golpearon y al final los quemaron vivos frente a la multitud. Y no, no es un evento aislado. Según el secretario de Gobernación de Puebla, David Méndez Márquez, cada 48 horas hay un intento de linchamiento en ese estado.
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Para evitar que este tipo de eventos sucedan debemos aprender a no disfrutar del dolor ajeno. Porque la justicia no se origina en la venganza, sino en el equilibrio. Para poder traer equilibrio a un mundo tan lleno de sed de sangre debemos de aprender a amar incondicionalmente, primero que nada a nosotros mismos, y luego a los demás. Ser capaces de demostrar compasión frente a cualquiera que esté ante nosotros. Porque al final del día, ninguno de nosotros es perfecto, todos estamos condenados a equivocarnos mientras estemos vivos. Eso demuestra que ninguno de nosotros tiene más o menos valor. Todos valemos lo mismo, aunque ninguno seamos iguales.
Demostremos ese valor siendo capaces de tratar con el mismo respeto y amor con que nos tratamos a nosotros mismos, con el respeto y amor que tratamos a los demás. Aunque en español no tengamos una palabra para traducir schadenfreude con precisión, sí tenemos dos para hablar de su antónimo: empatía y compasión.