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¿Para qué sirve la poesía?

Correspondencias | Alfredo Loera | @alfredoloeramx Es célebre la respuesta de Jorge Luis Borges a tan extraña pregunta. El Señor de los Laberintos la contestó así: Dos personas me han hecho la misma pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿para qué sirve el sabor… Seguir leyendo ¿Para qué sirve la poesía?

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¿Para qué sirve la poesía?

Correspondencias | Alfredo Loera | @alfredoloeramx Es célebre la respuesta de Jorge Luis Borges a tan extraña pregunta. El Señor de los Laberintos la contestó así: Dos personas me han hecho la misma pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿para qué sirve el sabor… Seguir leyendo ¿Para qué sirve la poesía?

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Correspondencias | Alfredo Loera | @alfredoloeramx

Es célebre la respuesta de Jorge Luis Borges a tan extraña pregunta. El Señor de los Laberintos la contestó así:

Dos personas me han hecho la misma pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿para qué sirve el sabor del café? ¿para qué sirve el universo? ¿para qué sirvo yo? ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?

Sin duda en un mundo tan utilitario como el nuestro siempre existe la tentación de cuestionar la utilidad de cada uno de nuestros actos. Incluso es común que al individuo que se enfrasque en una actividad sin ningún objetivo productivo en el sentido material, se le tilde de imbécil. Sin embargo, considero necesario advertir que el mundo es más interesante cuando nos olvidamos del servicio que pueda darnos. Es probable que no lo hagamos de un modo natural por el continuo hostigamiento del sistema político y económico, que tiene como única meta la acumulación del poder y el capital, pero precisamente la poesía no puede estar al servicio de algo, porque no puede ser un medio sino sólo un fin en sí misma, porque entonces dejaría de ser poesía para convertirse en retórica o propaganda; precisamente por esa naturaleza, se ha dicho que la poesía es uno de los actos más revolucionarios.

Piglia en su ensayo “La teoría del complot” comenta una idea similar. La poesía en todas sus variantes, verso, prosa y drama, al circular en la sociedad se manifiesta como un complot que viene a menoscabar el sistema del poder, pues esta circulación deniega la economía capitalista y empieza a conformar su propia lógica de valor. Me parece que el autor de Respiración artificial en realidad recupera con matices un punto que Sartre, en ese otro ensayo paradigmático ¿Qué es la literatura?, ya había esbozado: no me refiero a otra cosa a que la literatura, la poesía, como ya dije, en todos sus géneros, líricos y prosísticos, no cubre una necesidad material específica. El poeta y el escritor no es un productor en el sentido clásico del término. No se puede consumir poesía como si se tratara de un bien material común. Todos necesitamos de comida, de bebidas (las cheves je), ropa, y vamos a los centros comerciales a adquirirlos, porque no nos queda de otra: necesitamos de estos productos, y así la economía mediante la manipulación de estas necesidades concretas, ya sea mediante la administración de los precios, o mediante la publicidad, o la escasez, genera riqueza, y sobre todo controla el mercado y, por lo tanto, de cierta forma a la sociedad. Pero ese patrón no puede aplicarse a la circulación de la poesía. Nadie necesita de un libro o de un poema hasta que lo lee. Nadie dice ya me quedé sin poesía en el refri o en el cajón, tengo que ir al súper porque ya no tengo. Suena estúpidamente gracioso, pero eso nos demuestra otra de las razones por las cuales la poesía deniega la lógica del consumo. Una vez creado el poema e impreso, ese poema no se acaba. En otras palabras, un buen libro puede durar toda una vida. El lector lo guarda en el cajón, en el librero, y siempre que desee lo puede leer una y mil veces. El papel se irá desgastando, la tapa rompiendo, etcétera, pero no por eso el poema pierde valor frente a su lector. Más aún, el lector podrá memorizarlo y adueñarse de él. La lógica de valor es otra. Y esto ocurre porque, como bien lo explica Sartre, el poema, la literatura, apela a la libertad del lector. El lazo entre el escritor y el lector es la libertad. Nadie puede leer un libro si no por su propia voluntad, porque en realidad no lo necesita si no como un acto de libertad. No es una necesidad de origen determinista como la de verse obligado a tomar agua. Sólo podría serlo como una afirmación de ser libre, pues la poesía en su más amplio espectro sólo tiene su ser en ese sentido.

Jorge Semprún, en dos de sus mejores novelas, Viviré con su nombre, morirá con el mío y La escritura o la vida, lo sugiere de modo insuperable. En más de un pasaje, Semprún sitúa en movimiento el acto liberador del hecho poético, pues lo coloca en uno de los ambientes más represores que jamás hayan existido en la historia: el Campo de Concentración. Recordemos que Jorge Semprún a la edad de 19 años fue encarcelado en el Campo de Buchenwald, cercano a la ciudad de Weimar durante los años finales de la Segunda Guerra Mundial. Casi toda la novelística del español nacionalizado francés aborda el tema de la reclusión en el Campo, pero también en gran parte aborda cómo la poesía puede volverse un escape al tiempo terrenal de sufrimiento, para ser el instante de la libertad total.

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Es difícil seleccionar algún pasaje en específico, porque considero que todos son significativos; sus narraciones, como lo saben sus lectores, están plagadas de estas anécdotas. En mi mente albergo el recuerdo de haber leído una sumamente interesante de la novela Viviré…, pero al momento de buscarla en mi ejemplar, para escribir esta correspondencia, no pude encontrarla. Pienso que quizás me la habré inventado, pero eso es algo común cuando hablamos de textos poéticos, ya sean en verso o prosa. Uno se los apropia a tal grado que los recrea en su mente iguales en esencia, pero modificados en el texto. El fragmento que yo recuerdo sitúa a Semprún castigado en una fila junto con otros deportados de Buchenwald. Es invierno y el viento cala en el cuerpo, en las mejillas. Los SS los han mantenido así durante muchas horas formados de pie en el patio central del Campo. Bajo la desnutrición y el cansancio de los trabajos forzados, permanecer rígidos en dichas condiciones se vuelve insoportable. Entonces Semprún agobiado del sufrimiento trae de la memoria uno de los poemas de Rimbaud. Recita para sí mismo y en voz baja fragmentos del Barco ebrio. En la narración, en el relato, escrito muchos años después, Semprún comenta que ese acto de recitarse para sí mismo un poema bajo la tortura de los SS lo salvó, lo sacó del tiempo, de lo terrenal, si se quiere momentáneamente, un instante, un fragmento, pero que le permitió a su mente descansar del agobio.

Desde entonces siempre que alguien hace la pregunta de para qué sirve la poesía concuerdo con Borges, pero también siempre me acuerdo de la respuesta implícita de Semprún. 

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