Correspondencias | Alfredo Loera
Palabras, palabras, palabras… así contesta Hamlet a Polonio, cuando este último le pregunta por su lectura, en la segunda escena del segundo acto de la famosa tragedia. El príncipe advierte la imposibilidad de comunicarse y prefiere, con desdén, responder de forma simple: Words, words, words. Aunque la obra fue escrita hace cuatrocientos años, el sentimiento sigue siendo familiar, en este mundo donde es difícil descubrir un sentido. Todo el diálogo de los personajes de Shakespeare es un diálogo entre sordos. No extraña que se haya vuelto un clásico, pues, sin duda, gastamos la vida intentando tener contacto con el otro sin lograrlo. Diariamente se publican miles de columnas, millones de noticias. Hay un sinfín de programas en la radio y en la televisión, los cuales, con las redes sociales, se han visto multiplicados. En todos ellos hay voces, voces, que pronuncian palabras, palabras, palabras. Todas las tardes, alguien como yo redacta líneas también repletas de palabras con la idea de alcanzar las consciencias ajenas. El diálogo entre Hamlet y Polonio continúa.
Polonio: ¿Y de qué se trata, señor?
Hamlet: ¿Entre quiénes?
Polonio: Quiero decir, ¿de qué se trata lo que estás leyendo, señor?
Hamlet: Calumnias, señor. Porque el maldiciente satírico dice aquí que los viejos tienen barbas grises, que sus rostros están arrugados, que sus ojos segregan ámbar espeso y como de ciruelo y que tienen una enorme falta de juicio junto con flaquísimas nalgas. Todo lo cual, señor, aunque lo creo yo total y absolutamente, sin embargo no considero decoroso que lo pongan así en estos términos. Porque vos, señor, os volverías de mi edad si pudieras caminar hacia atrás como los cangrejos.
Polonio (aparte): Aunque esto sea locura, hay cierta ilación en lo que dice… ¿No querrías venir adonde no te diera tanto el aire, señor?
Hamlet: ¿A mi sepulcro?
Polonio: La verdad es que ahí no le da el aire. (Aparte) ¡Qué preñadas están a veces sus respuestas! Felices ocurrencias tiene a veces la locura que ni la sana razón y lucidez pueden dar a luz con tanta suerte. Lo dejaré y me daré prisa a arreglar los medios de que se encuentre con mi hija… (A Hamlet) Mi respetable señor, tomo de vos licencia.
Hamlet: Nada puedes tomar de mí, señor, de lo que me separe con más gusto; excepto mi vida, excepto mi vida, excepto mi vida.
Con diálogos similares transcurre toda la tragedia. Y así podríamos decir de toda la literatura y todas las palabras dichas o escritas a lo largo de la Historia. Pero, ¿es tan desoladora la realidad de la comunicación entre nosotros? No lo es, estimado lector; no obstante, tampoco es tan sencillo ni de forma tan directa. La verdad dicha por los hombres nunca vence; simplemente quienes la negaban van muriendo poco a poco. Sucede así porque las palabras por sí mismas son débiles. Decía Borges -en su único cuento de ciencia ficción, “There are more things”- que para ver una cosa primero hay que comprenderla, y yo modifico la idea diciendo que aquello que muestran las palabras muchas veces es incomprensible para los otros, si primero los otros no las han comprendido por sus propios medios, por el hecho de haberlo pensado antes o haberlo vivido. La idea no es nueva, ya Ezra Pound también lo había escrito: No se pueden comprender ciertos poemas sino hasta que no se llega a tener algunas experiencias específicas. Considero que la cuestión no se supedita a lo literario, lo mismo podría decirse sobre ideas políticas, filosóficas o éticas. Borges, por su parte, en el cuento de marras retoma.
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El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir la biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.
¿Cómo podríamos ver realmente el universo? Soy de la creencia que experimentándolo o pensándolo, pero rara vez si nos lo explicaran con palabras. Y esto pasa porque las palabras normalmente adquieren sentido cuando entre quienes dialogan hay una realidad en común. Las redes sociales, particularmente, nos han hecho advertir la existencia de muchas realidades; mis pensamientos sólo son visibles para alguien con los mismos pensamientos; mis palabras son escuchadas sólo por aquellos quienes las han pronunciado antes.
Los grandes libros se distinguen por darnos la sensación de decirnos lo que ya sabíamos. Por eso, a veces, más de uno se ha creído con la capacidad de haberlos escrito. Pero no nos engañemos, y esto es algo que quizás nos será posible aprender de los grandes pensadores, todos ellos buscaron decir sus ideas tomando en cuenta que para ser comunicadas primero los otros tendrían que haberlas comprendido. Esa es la paradoja y, como todo en la vida, parece no albergar resolución, hasta que alguien la encuentra. Es así como las palabras dejan de ser únicamente palabras, cuando las palabras se salen de las palabras mismas.
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Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del Tiempo, Círculo de Poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este País, Siglo Nuevo y Tierra Adentro. Es autor de los libros Aquella luz púrpura (FETA, 2017) y Wish you were here, (SEC, 2020).