Por Miguel Ángel Centeno
Particularmente los mexicanos tenemos una inercia hacia dar la vuelta a las reglas, utilizar nuestro ingenio para escapar de la ley y salir victoriosos por nuestro propio camino.
Volteamos hacia los lados para revisar si no está acechando un agente de tránsito y poder dar vueltas no permitidas, copiamos tareas, entramos de uno en uno al centro comercial cuando existe una clara restricción de solo una persona por familia, utilizamos un cubre-bocas como símbolo de responsabilidad al estar en la calle, pero lo retiramos al entrar en un espacio donde tendremos contacto con otros, evadimos impuestos, buscamos lugares clandestinos para beber pese a una ley seca, entre muchos otros ejemplos.
Buscamos excusas, muchas veces cuando nos sentimos atrapados y no es posible crear una evasión ingeniosa de la regla o el deber, ponemos a la suerte de por medio, y entonces decimos, se me ponchó una llanta, se pasó el camión y llegué tarde, estuve enfermo, no tuve dinero, no me contestan la llamada.
Los mexicanos somos particularmente hábiles para escapar de las leyes, las burlamos, las evadimos, saboreamos esa victoria, nos sentimos a salvo.
Es de llamar la atención además la poca utilidad que percibimos de las reglas, no creemos que en realidad sean tan importantes, no confiamos en el orden social, podemos llegar también a creer que una persona que desacata una norma no genera un impacto a nivel global, que el efecto de sus acciones se pierde en la masa y al final no genera consecuencias.
Pero, ¿qué sucede en nuestro interior, en nuestra memoria histórica y en nuestro inconsciente colectivo?
¿Los mexicanos somos naturalmente deshonestos? ¿Somos felices trasgrediendo la ley? ¿Siempre el escape de la regla nos beneficia tanto?
Al estudiar la línea de los sucesos históricos de nuestro país, una historia marcada por la dominación interna y extranjera, una historia de conquistas a la fuerza, de saqueos de gobiernos que han traicionado y de grandes distancias entre grupos económicos y sociales, he tenido la hipótesis de que los mexicanos nos hemos visto frente a una fuerza que nos ha querido aplastar, nos ha querido dominar, y que posteriormente al instalarse en nuestros sistemas se convierte en ley, una ley que se percibe ajena, una ley de beneficio para otros. Una ley que además al tener un espíritu dominante nos deja solamente las salidas de la sumisión o de la rebeldía.
Pero luego de esta percepción amenazante de la ley sería triste el resultado de desconocer su verdadero uso, una ley como un instrumento organizado de protección a nosotros mismos y a los nuestros, un sistema para organizar nuestra actuación más que un agente punitivo.
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No es un proceso fácil, sin duda, ya que tiene de por medio demonios internos muy arraigados, pero creo que es muy importante que comencemos a resignificar las reglas, no solo como una instrumento en nuestra contra, sino un instrumento de orden, una metodología, incluso como un sistema de protección.
No podemos generalizar, y sabemos que muchos mexicanos trabajan por usar y seguir las reglas, pero sin duda existen momentos en los que pareciera que queremos escapar, que no solo queremos un beneficio al evadir la regla, queremos además evadir las reglas para no sentirnos anulados en nuestra voluntad.
Es importante resurgir en nuestra dignidad e identidad como mexicanos, siendo capaces de seguir las reglas, no solo como una inercia de obediencia ciega, sino como una demostración de civilidad y de progreso, seguramente este camino también llegará a salvar nuestro sentimiento de impotencia, pero lo hará desde el enfoque de una cultura organizada, a la estatura de las naciones que se dicen de primer mundo.