Epicentro | Luis Alberto López | @luisalbertolo
Durante el último lustro, la región y de manera específica Torreón, ha tenido un listado importante de obras controversiales por el malestar ciudadano y señalamientos de corrupción. El Metrobús Laguna se lleva el premio mayor a cuatro años del inicio de su construcción.
El sentir social ha pasado por el enojo, la frustración y la ironía. Un sinfín de memes en las redes dan cuenta de las reacciones de una población que está segura que la pandemia por el coronavirus terminará antes de que vean funcionar ese sistema de transporte, el cual derivó de uno de los compromisos para “Mover a México” en la gestión presidencial de Enrique Peña Nieto.
Han pasado mil 460 días desde que la obra arrancó en medio de protestas de los concesionarios del transporte público por la falta de diálogo con las autoridades estatales y municipales. El plazo original era de un año.
Con el paso de las semanas la molestia pasó de los empresarios a la ciudadanía, pues su tranquilidad fue trastocada por los trabajos que prácticamente destriparon la vialidad más transitada de la ciudad y desmantelaron referentes identitarios.
El retiro del emblemático “torreoncito” sobre el bulevar Constitución representa un herida para la historia de la región, pero también falta mencionar cómo el entorno urbano de los vecinos de este sector quedó afectado al remover su único paseo público y dejar en el olvido, además de con riesgos, a los pobladores de colonias como El Arenal que fueron perjudicados en sus servicios públicos hasta hoy o bien resintieron daños en sus viviendas.
Tenemos también el caso de los cientos de comercios sobre el bulevar Revolución y la carretera a Torreón-Matamoros que vieron mermadas sus ganancias en el mejor de los casos y la manera en que se puso en jaque a los comerciantes del sector Alianza que, desde los años más violentos por la inseguridad, no habían visto un riesgo tan latente de cerrar.
Tampoco podemos olvidar los accidentes derivados de las obras que dejaron trabajadores lesionados y una persona fallecida que cruzó una de las vialidades donde se realizaron las obras. Son cosas que con una buena planeación y difusión pudieron haberse evitado.
A cuatro años tenemos un avance marcado en cuanto a las obras de la ruta troncal y con señalamientos en cuanto a la calidad de las mismas, pero también un mobiliario que ya sufrió daños por la falta de acción de la autoridad para ponerlo a funcionar.
Uno de los problemas que hace cuatro años en el arranque de las trabajos se expresó sigue: no hay un modelo de negocio que convenza a nadie de los involucrados en la materia.
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Hoy el argumento del gobierno estatal, encabezado por Miguel Riquelme Solís, es que la pandemia vino a retrasar la creación de ese esquema por el costo elevado que implica adquirir unidades especiales que transiten sobre el bulevar Revolución. Quizá tenga razón, pero es una excusa perfecta para dilatar aún más un proyecto que nació torcido de origen y que en su momento fue concebido como una modernización del transporte público en La Laguna de Durango, pero que el gobierno coahuilense supo apropiarse.
El proyecto no ha tenido suerte para siquiera iniciar en el vecino estado y el año pasado el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció su cancelación ahí tras realizar una consulta a mano alzada que generó más dudas que certezas.
El propio mandatario había expresado ya en su primera visita a la región meses antes sobre quejas del desarrollo de las obras en Coahuila, pero tal parece que la tendencia de su gestión sigue siendo acabar en el mejor de los casos proyectos de su antecesor sin castigar la corrupción o manejos irregulares.
Es por eso que a cuatro años los laguneros mantenemos una ambivalencia sobre el proyecto que va del enojo a la ironía.