La identidad lagunera está en construcción. La comunidad nativa de la zona que une a Coahuila y Durango aún es adolescente. Pareciera que 120 o 130 o 140 años no son suficientes para gestar el valor identitario de un lugar.
La Laguna es una región de contrastes. Lugares comunes abundan para describir el crecimiento y el desarrollo desordenado de toda la Comarca: "vencimos al desierto", "la ciudad de los grandes esfuerzos", "tierra de gente trabajadora" y otros más. La agricultura se industrializó. Llegaron las empresas mineras, personas de todas partes del país y de casi 90 países alrededor del mundo. La influencia cultural en La Laguna proviene de la Europa occidental, de medio oriente, de Asia, pero también de Tlaxcala, de Zacatecas, Chihuahua y del centro de México.
¿Qué es la identidad lagunera? El doctor Sergio Corona Páez (q.e.p.d) escribió en el texto "Historia e identidad en la Comarca Lagunera", que las personas que aquí nacieron y radican no necesariamente se definen como parte de conceptos contemporáneos que tienen relación con la urbanización de la región, ni con entidades privadas que se asocian como orgullosamente laguneras, tales como el Santos Laguna o empresas transnacionales como Soriana, LALA, Peñoles, entre otras.
"Los laguneros somos verdaderamente aguerridos y nos enorgullece serlo. Así nos aceptamos, nos queremos y de ello blasonamos. No debe pensarse que esta mentalidad que nos caracteriza surgió de la noche a la mañana. Su formación corresponde a un secular proceso de larga duración que aún continúa.", escribió Corona Páez.
La palabra aguerridos podría definir de mejor manera la capacidad de resistencia que tienen los laguneros. Y es que soportan la falta de agua, el clima extremoso, la contaminación, los paupérrimos salarios, la falta de conectividad eficaz a través del transporte público, los malos gobiernos y las pocas opciones para el desarrollo a través de la movilidad social.
La identidad lagunera se comenzó a gestar a finales del siglo XVI, en 1598, cuando por la compañía de Jesús se crearon algunas asentamientos que identificaron la generosidad de la tierra. Así, surgieron vinícolas, explotaciones mineras y actividades dedicadas al campo. Los ríos Nazas y Aguanaval estaban vivos. Los humedales no estaban intervenidos. La prosperidad natural estaba en su mayor esplendor. La actividad humana aún no comenzaba a truncar la esperanza de vida de una región que creció desorbitadamente y que, en estos tiempos, pudiera estar entrando en una espiral decadente.
El concepto de la identidad lagunera tiende a ser reduccionista. Muchas personas que jamás han visitado La Laguna identifican a la región por las empresas o por el equipo de futbol o por la cercanía con Monterrey, Nuevo León. Torreón, Gómez Palacio, Lerdo, Matamoros, Francisco I. Madero, Viesca, San Pedro, Mapimí, Tlahualilo, Cuencamé y compañía han luchado toda su existencia por definirse. Por dejar atrás las estigmatizaciones, por consolidarse como un ente sólido, con virtudes, defectos y características que definan, a pie juntillas, la identidad lagunera.
La pregunta que surge en esta editorial es, ¿qué hemos hecho con la identidad lagunera? ¿Cómo la estamos gestando? ¿Cómo nos definimos?
"La misma capacidad anímica, reflexiva, creativa y empresarial para fabricarse un destino a partir de los elementos y coyunturas que ofrecían las circunstancias, fueron manejadas por los laguneros para abrirse paso a través de las cambiantes condiciones políticas, sociales y económicas del siglo XX. La modificación de las leyes en torno a la tenencia de la tierra y el reparto agrario fueron sucesos que cambiaron las formas de producción vigentes desde el porfiriato, dando carta de ciudadanía a un amplio sector de agricultores minifundistas que carecían de una mentalidad empresarial...", escribió Sergio Corona Páez.
Y es que, más allá del pan francés y las gorditas y la reliquia adoptada de Zacatecas y el futbol y el Unión Laguna y el Santos, los laguneros se distinguen, como escribió el ex cronista de Torreón e historiador, por adaptarse a los cambios, por no sucumbir ante la crisis de inseguridad, por emprender, por tratar de fabricarse su destino, aunque éste se resista y se niegue a transformarse.
Resta visitar un barrio, un lugar olvidado por las autoridades y por la misma sociedad, para darse cuenta que el tiempo no pasa, que la identidad lagunera está en sus callejones. Que los días son iguales, que la desintegración es un platillo que se come diario. Que la mona y el chemo y la mota y la caguama con elementos que ayudan a dibujar un panorama menos sombrío, más cálido, más habitable.
Basta recorrer los cinturones de pobreza de la región para estudiar sus raíces, sus porqués. No es normal tener bombas succionando agua las 24 horas del día, no es normal tener dos o más trabajos para salir adelante. No es normal tener uno o dos o hasta tres tinacos en casa. No es normal creer que un equipo de futbol nos identifica solo porque en su nombre viene la palabra "Laguna".
Hoy, en plena crisis hídrica e identitaria, es importante que, como comunidad lagunera, trabajemos, luchemos y reflexionemos para definirnos como un ente sólido que ayude a preservar la vida del futuro. La Laguna creció como una tierra de abundancia, pero se está perdiendo en medio de intereses empresariales y políticos que están poniendo en peligro la fuente de vida de la región: el agua.
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El agua pudiera ser un valor de identidad que una a los laguneros. Por el agua comenzaron los primeros asentamientos y por ese mismo motivo, en un futuro, nos tendremos que desplazar.
Vayamos a las raíces para salvar a una región de los intereses de unos cuantos. La identidad lagunera se comenzó a construir en base a lucha y resistencia. Ojalá estos valores retomen su vigor para consolidar a una región que está profundamente lastimada por la ambición desbocada de unas cuantas familias que, irónicamente, se dicen orgullosamente laguneras.