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Hablemos de la muerte. ¿Cómo hacerlo?

El 2020 es uno de los años de la muerte. Como todos, he perdido a grandes amigos, y por lo mismo, me he encontrado en la situación de dialogar con la nada.

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Hablemos de la muerte. ¿Cómo hacerlo?

El 2020 es uno de los años de la muerte. Como todos, he perdido a grandes amigos, y por lo mismo, me he encontrado en la situación de dialogar con la nada.

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Correspondencias | Alfredo Loera | @alfredoloeramx

Para no ser frívolos, hablemos de nuestra experiencia y nada más; será difícil saber si nuestras palabras tendrán eco en quienes leen… Está bien.

El 2020 es uno de los años de la muerte. Como todos, he perdido a grandes amigos, y por lo mismo, me he encontrado en la situación de dialogar con la nada. Extraña sensación de impotencia, amargo despertar al mundo de los humanos, donde el horizonte siempre es oscuro y tempestuoso, aunque por tranquilidad preferimos no observarlo. ¿Y qué hemos aprendido si es que algo podemos aprender de la muerte de los otros, porque de la nuestra pocas cosas habremos de concluir? No sabría decir si de la muerte de los otros es posible aprender algo. He ahí la primera perplejidad. Se paga un alto precio a cambio del vacío. Da la impresión de estar frente a una gran estafa, ante una gran burla, que se hace con una gran sonrisa maliciosa en alguna parte. 

Y, sin embargo, la mente siempre busca una explicación, por más absurda que parezca. Es verdad. En ese caso diría que se aprende de la vida. ¿De la vida? Sí, de la vida. Al dar la última exhalación, la persona sella su existencia y para quienes la testificamos, también, se nos muestra completa. Ahondemos.

Yo tengo un amigo muerto el 23 de agosto. Y su muerte me hizo ver la congruencia y la grandeza de su espíritu. Pero, al mismo tiempo, me cimbró, porque su muerte vino a convertirse para mí en un desengaño. Tengo la sensación de que la muerte, más allá de desaparecernos de este mundo, nos desagrada porque nos muestra quienes en verdad somos. Son escasas las personas conformes consigo mismas. Siempre hay ocultamientos y la muerte, especialmente la cercana, con su dedo nos indica la verdad. Nos hace ver nuestra pequeña estatura, nuestra gran cobardía, en dado caso, pero también nuestra fragilidad, esa sí compartida por todos. Contrario a lo que pudiera creerse, la muerte no ennoblece a nadie, si esa persona no carga desde antes con su propia nobleza. Por el contrario, la muerte tal vez acentúa nuestros defectos. De ahí el desagrado. No en balde también es llamada la “desengañadora”.

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Mi amigo fue mi más grande maestro. También debo decir que me salvó la vida, literalmente lo hizo pues era médico. Yo andaba muy perdido, no comprendía las cosas. Era el remoto año 2015. En ese sentido estuve a punto de mirar la calavera directamente en sus cuencas, pero él me hizo ver que no estaba preparado. Al estilo de Rilke, me hizo comprender que aún no había cultivado mi propia muerte. Pues hasta para morir hay que saber hacerlo. Y precisamente, la muerte es incómoda no porque venga, sino porque no sabemos cuándo llegará. No sabemos si nos tomará por sorpresa, no sabemos si nos alcanzará en un momento donde nuestros pendientes en el mundo han sido concluidos. Y esa fue la gran enseñanza de la vida de mi amigo. El ser humano se equivoca al considerar que es el único rector de sus acciones. No se me mal entienda, tampoco caeremos en el nihilismo donde nada está en nuestras manos. Sin embargo, lo cierto es que, en esta sociedad, hemos perdido la consciencia de nuestra finitud. Por ello ha sido difícil para muchos adaptarnos a las nuevas circunstancias. No eran nada nuevas, la muerte es la continua acompañante de los hombres. Es nuestro distintivo. Somos los únicos seres mortales, pues somos los únicos conscientes del final.

Mi amigo era muy consciente de ello. Pero no por eso se dejó destruir. En algún momento lo juzgué inmortal. Era un hombre paradójico en el sentido de Kierkegaard. También era un hombre viejo y solitario. En muchos sentidos, volvió a ser mi comunión con los otros. De él aprendí a convivir en humildad. No esa humildad falsa, de la falsa modestia y la simple cordialidad. Sino la honesta, aquella que dignifica a quien la profesa. No sé si yo he alcanzado esa grandeza, lo dudo mucho, pero la muerte de mi amigo me hizo advertir que eso era posible. Él murió en grandeza, y es así como su ejemplo se volvió real. A eso me refería en líneas anteriores, su muerte no me enseñó nada, muy por el contrario fue otro doloroso lance de la guadaña. No será el último. Pero si algo me hace entender su muerte, ha sido la dimensión de su vida. La muerte lo pone todo en su lugar, ya bien lo decía el clásico. Basta con revisar la historia de los megalómanos. Todos se quedaron en silencio y suplicaron cuando la Segadora tocó a la puerta. 

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