Casa redonda tenía
de redonda soledad
el aire que la invadía
era redonda armonía
de irrespirable ansiedad.
Pita Amor.
El inicio del próximo ciclo escolar marcará un año y medio de que tuvimos que confinarnos para reducir los contagios por COVID 19, la realidad cambió de manera abrupta y con importantes esfuerzos las instituciones educativas implementaron diversas formas de continuar con el proceso de enseñanza, clases por televisión, aplicaciones para clases en línea y diversas formas hicieron que niños, adolescentes y adultos tomaran desde casa sus clases, reduciendo la manera de relacionarnos a una comunicación por mensajes y llamadas en línea, con la oportunidad de seguir con un contacto interpersonal, pero con características limitantes en la interacción humana como el contacto físico, la observación, la certeza de observar la atención y reacciones del otro, etc.
En el contexto de la educación a distancia, principalmente niños y jóvenes han permanecido largas jornadas en sus casas, encerrados, ensimismados, inmersos en la tecnología, despegados de la realidad circundante, abstraídos en la llamada realidad virtual, relacionándose con fotos de perfil editadas, dibujos animados o hasta fotografías de perfil de personas famosas, escondidos física y emocionalmente detrás de una pantalla, detrás de una máscara de flojera o tedio, una máscara que muchas veces puede ocultar un rostro de miedo, ansiedad o inadaptación.
Pensemos por ejemplo en la vivencia del tiempo transcurrido durante la niñez y adolescencia en casa, en soledad, física o psicosocial. Niños(as) y jóvenes se levantan todos los días a una prisión en la cual las horas van a paso de tortuga, un laberinto de soledad que acentúa la sensación de los adolescentes en el mundo.
En algunos hogares por razones de compromisos laborales los adultos de la casa permanecen ausentes casi todo el día. ¿Qué hacen niños y jóvenes con todo el tiempo en casa?, ¿Qué hacen en medio de su cautiva libertad? ¿Realmente permanecen en sus clases y tareas?
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Horas de series, videojuegos, música, chats entrecortados, siestas flotantes causadas por hastío mental, pero sin cansancio físico, constante ingesta de alimentos y golosinas, fantasías y pensamientos invasivos, una y otra vez las mismas historias en la cabeza, siempre abstraídos, una mente y un mundo emocional llenos de estímulos, pero irónicamente vacíos.
Cabe mencionar que no todos los niños y adolescentes están inmersos en estas dinámicas, pero un gran porcentaje de ellos o una gran cantidad de tiempo sí llegan a experimentar esta soledad, una soledad que los marea, que los aísla del mundo físico. Y entonces, qué podemos hacer para revertir esta tendencia. ¿Realmente podremos volver a las clases presenciales en este semestre y todo este periodo de soledad se curará de forma automática? ¿No habrá secuelas en la esfera psicosocial de niños(as) y adolescentes?
No es solo el aprendizaje, escolar, no es solo el ocio, no es solo la falta de ejercicio o distracción, es la sensación de soledad lo que puede empujar a jóvenes y no tan jóvenes a estados emocionales al límite. Es entonces vital fortalecer nuestros lazos emocionales en la familia y los círculos cercanos. Establecer una presencia constante y cálida, aunque sea por lapsos de tiempo cortos, pero que esos lapsos sean fijos, seguros, libres de estrés y responsabilidades. Una llamada de papá y mamá todos los días a la misma hora y libre de distractores. Una cena familiar sin aparatos electrónicos, abrazos afectuosos, contacto visual entre las almas, contacto con un mundo real lleno de naturaleza viva, con respuesta constante. No solo es el tiempo en ausencia física, como dijo Séneca, la soledad no es estar solo, es estar vacío.
No dejemos a los niños y adolescentes a la deriva, no culpabilicemos solo a los sistemas educativos o a ellos mismos de un pobre aprendizaje, recordemos que la motivación para aprender es también el resultado de un bienestar biopsicosocial, el resultado de un ser humano productivo que se siente vinculado al mundo, al mundo real.