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Donas de pesadilla

Ruta Norte Laguna | Jaime Muñoz Vargas Ayer el sueño fue muy profundo, pero hubo una zona de la madrugada en la que se instaló una historia peculiar en mi desconexión del mundo. Me removí en la cama al sufrirla, pues mientras navegamos por las ficciones del sueño es imposible cortarlas de golpe. Había sido… Seguir leyendo Donas de pesadilla

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Ruta Norte Laguna | Jaime Muñoz Vargas Ayer el sueño fue muy profundo, pero hubo una zona de la madrugada en la que se instaló una historia peculiar en mi desconexión del mundo. Me removí en la cama al sufrirla, pues mientras navegamos por las ficciones del sueño es imposible cortarlas de golpe. Había sido… Seguir leyendo Donas de pesadilla

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Ruta Norte Laguna | Jaime Muñoz Vargas

Ayer el sueño fue muy profundo, pero hubo una zona de la madrugada en la que se instaló una historia peculiar en mi desconexión del mundo. Me removí en la cama al sufrirla, pues mientras navegamos por las ficciones del sueño es imposible cortarlas de golpe. Había sido un día de trabajo agobiante, tanto que ni de comer me dio tiempo. Llegué a la casa ya sin ánimo de nada, sólo de dormir. Pese a esto, la cena fue más abundante de lo pensado: habían hecho carnita con chile y me dejé caer la greña, como decimos.

Con la panza al tope, lo que siguió fue botar la ropa y tirarme un clavado al colchón. De inmediato caí en la penumbra de la inconsciencia. No sé cuántas horas pasaron, quizá dos o tres, cuando comenzó la amenaza. Unos como zombies comenzaron a seguirme casi como en el videoclip de Michael Jackson. Me alejé lo más que pude, pero cada que miraba hacia atrás allí seguían esas creaturas. Avancé por varias calles, doblé en muchas esquinas con la idea de eludir la persecución, pero fue inútil: cada vez que yo torcía el cuello para ver si ya los había perdido, allí seguían, siguiéndome.

A medida que pasaba el delirio, volvía y volvía a mirarlos. Yo no dejaba de avanzar a paso veloz, al trote, no corriendo, pues sabía que mi condición física no era buena. En una de mis reviradas, como se dice en el beisbol, vi que no sólo estaban cada vez más cerca de mí, sino que eran más. Los sentía tan próximos a mi espalda que, lo juro, escuchaba sus voces. Aunque no se puede decir que eran exactamente voces. Lo que salía de sus gargantas eran gemidos atormentados, palabras que no alcanzaban a ser palabras, sino garabatos sonoros. Seguí mi marcha.

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Volví a mirar y reparé en un detalle: delante de mí no veía a nadie en la ciudad, todo Torreón se había vaciado. En contraste, detrás de mí se fue formando poco a poco un tumulto escalofriante de zombies que caminaban como zombies, es decir, con pasos un poco torpes y los brazos un poco levantados, anhelantes, deseosos de alcanzar.

En el clímax de la pesadilla me vi acorralado. No sé cómo llegué a un lugar que ya no me permitió seguir adelante. Me detuve fuente a la pared de un negocio. Miré hacia atrás y el tumulto ya no me permitiría escapar. Levanté la vista al cielo para pedir ayuda a dios y lo único que pude ver fue el anuncio de un negocio de donas recién inaugurado en la ciudad.

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