El divisionismo es la estrategia que el PRI ha utilizado, en al menos los últimos 42 años, para ganar las elecciones estatales en Coahuila.
Como en estas campañas, en las últimas 7 elecciones han participado más de dos candidatos para renovar la gubernatura. La mayoría de los perfiles no son competitivos y ayudan a restar adeptos al opositor más cercano.
En 1981, por ejemplo, el entonces candidato priísta, José de las Fuentes R., ganó las elecciones con el 81.44% de los votos. En su contienda participaron otras cinco candidaturas; Edmundo Garza del PAN, fue segundo lugar, con apenas el 14.02 por ciento de los votos acumulados.
En 1987, el entonces candidato Eliseo Mendoza Berrueto también ganó, en esa ocasión con el 82.61% de los votos. Como si fuera calca, el segundo lugar fue para la candidata panista Teresa Ortuño quien, al igual que Edmundo Garza, apenas rebasó el 14% de los votos emitidos por la ciudadanía. En aquella ocasión participaron 4 candidatos, pero se registraron 8 opciones en la boleta electoral.
En esas dos elecciones, la participación ciudadana no llegó ni al 40 por ciento, es decir, el PRI ganó gracias a la fragmentación del voto y al trabajo de tierra con las estructuras.
Para 1993, Rogelio Montemayor Seguy compitió contra otros cuatro candidatos y dos partidos sin personaje registrado. El priista ganó con el 62.50% por ciento de los votos y la participación electoral fue del 65%. Con mayor participación ciudadana, el segundo lugar, Rosendo Villarreal, acumuló el 25.76% de los votos, es decir, 11 puntos porcentuales más que en las dos elecciones anteriores.
Para 1999 Enrique Martínez y Martínez ganó con el 59.56% de los sufragios, venciendo a otros tres candidatos. El segundo puesto fue para el panista Juan Antonio García Villa, quien logró el 33.72%. Nuevamente la participación electoral cayó al 51.03%.
Ya en 2005, Humberto Moreira se enfrentó a 4 candidatos provenientes del PAN, PRD, PT y el Partido Verde. El profesor, gracias a la estructura y al divisionismo, obtuvo la victoria con el 55.55% de los votos, con lo que se convirtió en el candidato priista menos votado desde 1981. La participación electoral fue del 52.82%.
En 2011, su hermano, Rubén Moreira, arrasó a sus tres rivales, logrando el 60.43% de los sufragios, pero nuevamente participaron 4 candidatos en la contienda por la gubernatura de Coahuila. El segundo lugar fue para Guillermo Anaya Llamas, quien también perdería la siguiente contienda contra Miguel Riquelme.
Y es que en 2017, el otrora alcalde de Torreón ganó con el 38.19% de los votos, convirtiéndose en el candidato ganador menos votado en la historia de Coahuila. El divisionismo fue la clave en esta elección, ya que participaron 7 candidatos distintos.
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Los rivales de Riquelme fueron Guillermo Anaya (hoy su aliado), Armando Guadiana, Javier Guerrero, Mary Telma Guajardo (hoy también su aliada), José Ángel Pérez y Luis Horacio Salinas (pariente del actual candidato priista, Manolo Jiménez Salinas).
En la elección que dejó como ganador a Miguel Riquelme, fueron más las personas que votaron en contra del PRI, sin embargo, la amplia baraja de candidatos ayudó a que el partido hegemónico no perdiera el poder.
Como ya es una tradición, para estas campañas los partidos políticos inscribieron cuatro candidaturas para contender por la gubernatura de Coahuila. Pese a la influencia mediática de Morena y del presidente Andrés Manuel López Obrador, todas las encuestas dan una amplia ventaja al candidato oficial, Manolo Jiménez Salinas.
Polls Mx señala que el candidato de la alianza ciudadana por la seguridad tiene el 98% de probabilidades de ganar, Armando Guadiana, de Morena, el 2% y el resto ya no tienen ninguna chance de poder aspirar a salir vencedores en las elecciones.
Una vez más, podrían ser más las personas que voten por una alternativa ajena al PRI que por el candidato ganador, sin embargo, entre Ricardo Mejía, Armando Guadiana y Lenin Pérez están fragmentando el voto opositor.
Pese a que los tres, en algún momento, formaron parte del mismo movimiento a nivel federal; uno como senador, otro como diputado y el último como parte del gabinete presidencial, esto no fue suficiente como para que los egos cedieran, los proyectos se unificaran y buscaran arrebatar al PRI el trono que, si no pasa ninguna sorpresa, cumplirá un siglo en sus manos.
En Coahuila no existe voluntad política para terminar con la hegemonía del PRI. El divisionismo es un acuerdo hablado entre todas las partes para repartirse el pastel a cambio de la conservación de privilegios. La ciudadanía es víctima de un pacto que ha hecho más ricos a las mismas familias de siempre y que continúa pauperizando a la población.
La democracia en Coahuila es una simulación. Las instituciones electorales promueven la división, la fragmentación del voto opositor y el fortalecimiento de una estructura que ni la fuerza y popularidad del presidente López Obrador ha podido vencer.