Llegué al Hotel Galicia con mi cámara y ganas de criticar, la neta, porque todo lo del arte es así, una excusa para sacar a relucir mi esnobismo culposo. Fui el viernes de la Coyote Art Week y honestamente salí contento, satisfecho y con nada más que halagos.
Debo decir que primero estaba prejuicioso, porque de entrada "Coyote Art Week", así en inglés, activó mi sentido antimamador. Ha de ser otra propuesta pretenciosa, pensé. Ag. "El arte" desde el privilegio; eso que entiendo como un bien humano, como otra versión no escrita para contar historias, perspectivas, para transmitir y conmover, ensuciada por una indisposición conceptual, lejos del entendimiento y la economía popular.
Me decidí a ir porque durante la semana un montón de personas empezó a presumir su visita, asegurando que estaba interesante. Pues bueno.
El picadero que solía ser el Hotel Galicia estaba bien arreglado, limpio y resanado de algunas partes. Alcancé a notar un techo parchado con cartón justo encima de la barra que en sus tiempos mozos parece haber sido la recepción.
Compré cerveza antes de pasear por los cuartos donde se montaron las exposiciones. Atendieron bien, amable. Pedí una bebida de fresón, Amstel Ultra, y luego subí las escaleras para impresionarme con el hermoso vitral que adorna el rellano y entré al segundo piso.
Había mucho, mucho arte la noche del viernes en la Coyote Art Week, allá en el hotel de la calle Cepeda, frente a la Plaza de Armas torreonense. El recorrido incluyó lo que calculo son más de 30 cuartos, estos alojaban obras multidisciplinarias dentro del arte plástico: conceptuales, figurativas, hiperrealistas.
Mientras, sonaba la música de lo que fue una vez el área común del lugar, en el primer piso: electrónica, house, experimental; las paredes que en una época vieron a representantes del Cine de oro Mexicano desayunar en aquel espacio a cielo abierto y en otra vieron a zombis naufragar al lerdo ritmo que ofrece el crack, hoy veían a un grupo de jóvenes mayormente decentes mover el esqueleto, hipnotizados por los DJ, las Amstel Ultra y hondos toques de mariguana.
Hablemos de la expo. Tomé fotos a todo lo que vi porque esta es la parte que facilita mi trabajo cuando hay que reseñar un evento que entra por los ojos.
Fuera de los precios exorbitantes de algunas obras, la pretensión no protagonizó el paseo. Ni siquiera las propuestas conceptuales, las cuales se absorben bien porque aterrizan en representaciones que conocemos.
Esta, por ejemplo, un montón de telas sin planchar: sábanas, toallas, fundas; colgadas como carne, pero todas arrejuntadas en medio del cuarto mientras un proyector reproduce escenas íntimas sobre el desmadre central. La imagen se descompone por todos los relieves de las telas y apenas alcanza uno a percibir un pezón, un cuarto, brazos, nalgas, rostros.
Exposición del Coyote Art Week en el Hotel Galicia.
No la percibí pretenciosa porque se parece mucho a lo que uno vive. Recuerda al desastre de un cuarto imperfecto como todos lo conocemos y nos evoca algo instintivamente, sin que haya que explicarse: una cercanía íntima y cotidiana, un acto sexual, una escena amorosa que, en su estado natural, es así, sin planchar, desordenada.
Lo mismo con otro, jugando con las luces y los animales. Optó por un espectáculo visual, pero nada tan ensimismado. Alacranes, cuerpos, calacas, gatos y una exhibición epiléptica para darnos un toque del peyote que se echó el autor o autora en Real de Catorce.
Proyección y arte plástico en una de las paredes del hotel. Una asistente a la vista.
Además, en frente de la proyección colorida se dibujó a este personaje rústico en blanco y negro que observa con reniego. En su sombrero lleva insignias documentales y al parecer refieren un asesinato. Algún personaje será, pero no lo pude encontrar.
Las inscripciones en el sombrero del hombre presuponen un caso en particular, o la representación de algún asesinato.
Subiendo la escalera del Galicia hacia la derecha y luego al fondo a la izquierda estaba la sección de arte plástico que más disfruté. Me gustaron los bien pensados trazos al óleo en lienzo y cartón. El concepto es claro y humano, por eso me gustó.
Aquí la muestro:
El único autor que conocí de toda la expo fue al argentino de trenzas que se hace llamar Gurí. “Gurí significa niño”, me dijo en un acento argentino no tan marcado porque no era de Buenos Aires, si no del municipio de Gualeguaychú, Argentina. Él pintó al gran coyote del segundo cuarto que visité y ahora muestro.
Obra de Gurí en el Coyote Art Week
Gurí es un muralista y artista plástico de talla mundial, como seguramente fueron otros y otras que ahí expusieron, y no es poca cosa que hayan estado en Torreón y haberlos visto exponerse en la ciudad, que además ese viernes peregrinaba a un costado del Hotel Galicia, abonando a la mezcolanza de expresiones culturales.
Peregrinaciones a las afueras del Hotel Galicia.
Mencioné las obras que me han conmovido y sin duda fueron más, pero no las he podido describir todas, sólo aquellas que me sirven para describir el panorama de la Coyote Art Week de la semana pasada.
Luego de este párrafo dejaré una galería más del resto y, posteriormente, hablaré de mi exposición favorita, localizada en uno de los cuartos del ala noroeste del Hotel Galicia, un espacio que ha sido resaltado por luces y adornos rojos. Esto, en representación a la zona roja, o la zona de tolerancia, que una vez hubo en Torreón y que aquí se documentó.
Estando ahí, en uno de los cuartos rojos, me senté sobre una sillita y busqué a Miss Fierce en Instagram, le escribí para felicitarla.
"Hola Gera!!! Mil gracias que lindo! ❤️❤️", contestó la artista.
Su nombre lo encontré escrito en carboncillo en un papel que llevaba un dibujo figurativo con ese material. Cuando lo tomé, me manché de carbón los dedos. “Miss Fierce”, firmaban los dibujos y por eso la busqué.
El espacio parecía el cuarto de un personaje interesante, como de esos que salen en las series detectivescas. Con su performance visual, la autora me adentró en una ficción instantánea y, al dejar que me llevara por breves minutos, el contexto de la exposición, la Coyote Art Week y la comunidad de fiesteros, se esfumó, fue entonces cuando logré imaginar y sentir una historia, lo cual pienso que deben entregar las buenas obras de arte.
Descripción gráfica del espacio: luego de entrar, a la derecha, están empotradas en una pared cabezas de unicel portando pelucas variadas: güeras, pelirojas, castañas. Siguiendo la vista en 360 grados, aparece un baño sin puerta, la entrada está cercada por cuatro o cinco veladoras que fácilmente puedes saltar, adentro, el área de la regadera lleva una cortina hecha con tiras de plástico azules y blancas y cabezas de bebés; pasando el baño hay un armario donde se cuelgan vestidos de noche; luego, tres tocadores de madera con sus sillas y un dibujo al carboncillo por mesa; enseguida en aquél cuarto de hotel de 10 metros cuadrados, aparece un armario con más pelucas, vestidos y cosméticos; después, hay una mesa de noche con periódicos cuyo encabezado menciona a Carlos Román Cepeda González, ex alcalde, la noticia refiere algo sobre el cierre de la zona de tolerancia durante su trienio. Al final, casi de vuelta a la entrada, hay un payaso.
Payaso en la pared del cuarto rojo.
Esta exposición en particular abarcaba un pedazo más en otro cuarto, el de enfrente, este compartía el espacio con la barra de alcoholes que se acomodó en el segundo piso del hotel. En esta área había barriles de petróleo que funcionaban como sillas, fotografías y un montón de páginas de periódico pegados en la pared, esta segunda escenografía digamos, daba cierre a la idea completa de esta expresión artística que documentó, recordó y de alguna manera opinó sobre esa época en que Cepeda González terminó con la zona de tolerancia en enero de 1992. Tapándole un ojo al macho (literal) durante el pique de la epidemia del VIH y la terrible discriminación y violencia que sufrían las trabajadoras sexuales cis y trans en los noventas.
Salí del Hotel Galicia a las dos de la mañana con la idea de escribir mi experiencia. Coyote Art Week, pensé: “sigue sonando mamador, pero la pasé bien”. En cierta medida fue como su propia obra plástica. Con la música hipnotizante, los pasillos del viejo edificio español, el arte surtido, la experiencia a buen precio y aquella rojiza expo, se cocinó un viaje multisensorial y honestamente quedó de buen sabor, dejando el firme deseo de que hubiera más para comer. Una cada seis meses, de perdido.
Vestíbulo que da a los dos cuartos que se mencionan y a un balcón, al fondo.